domingo, 24 de abril de 2011

Brillante regreso

La estación de trenes de Atocha se me antoja un remolino de sensaciones. Cuántas veces he vuelto y he venido, cuántas despedidas propias y ajenas.
Atocha, que une el Paseo del Prado con el Paseo de las Delicias (gran ironía, porque quien decidió llamarlo así seguro que no sabía los monumentales atascos que se montan subiendo por ese "delicioso" tormento asfaltado), parece un punto de unión espacio-tiempo-recuerdos, del que sólo puedo desembarazarme si pienso en algo tan frugal como El Brillante.
El Brillante es un bar casi a pie de la estación, con un ostentoso luminoso azul y la gran fama de hacer los mejores bocadillos de calamares de Madrid. Y sí, Madrid NO tiene mar, pero ser capital tiene el privilegio de que todo llegue a ti, del mar, del monte, o del extranjero.
No tiene mesas en el interior (barra y algún taburete para comer a modo periquito), así que sólo podéis sentaros con calma en la terraza posterior, (que por cierto da al Museo Reina Sofía) ya que la que asoma a Atocha es un constante ir y venir de turistas, gente que pide, y otros tantos que ofrecen mil cachivaches, sin mencionar el ojo que debes tener con el bolso.
A pesar de todo y con todo, un bocata de calamares en El Brillante es un primer paso de aproximación a la esencia mesetaria. Salir o entrar de la ciudad con el estómago lleno, hace más llevaderos regresos y despedidas.



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